Llegamos al centro comercial y mi marido busco un espacio donde estacionar, cerca de la tienda de adultos y gloryhole que solemos frecuentar juntos. Pero esta vez es diferente. Me he preparado para la ocasión, maquillada, con mis uñas y labios pintados de rojo carmesí, vistiendo una minifalda con tacones y una blusa súper ajustada que destaca mi busto. Ya me imagino lo que me espera dentro de la tienda y se me hace agua la boca. Me muerdo los labios y miro de soslayo a mi marido, que me lanza un guiño cómplice mientras me dice que me baje del coche. Siento las miradas apenas entro a la tienda. Solo hay hombres negros, varios de ellos. Me comen con los ojos y con descaro ojeo los paquetes entre sus piernas, abultados debajo de sus pantalones, palpitando mientras me contoneo entre los pasillos de la tienda erótica. Saben a lo que he venido y lo que quiero. Cada vez se acercan más, siento el roce de sus manos y sus bultos contra mi culo, mis tetas, mis piernas. Ya me rodean y me dejo caer de rodillas mientras se bajan los pantalones y liberan sus enormes vergas negras. Las tomo en mis manos y las chupo, lamiendo sus huevos sucios y olorosos, pajeándolos y dejando que me desnuden, abran mis agujeros y se turnen cogiéndome. Uno a uno se corren, en mi cara, en mi boca, en mi vagina ¡y hasta en mi culo! Salgo de la tienda con las manos vacías, ¡y todos mis huecos llenos!